“Bendita o maldita soledad”. Algunos son crueles al hablar de la soledad. Se refieren a ella como la asesina de las relaciones, la promotora de la depresión, la impulsora de los sueños no cumplidos y la marca distintiva de los que les cuesta relacionarse con los demás. Otros han tildado la soledad como algo negativo y característico de aquellos que son diferentes y que deciden apartarse de los demás.
Déjame darte otra connotación acerca de la soledad. ¿Qué haríamos sin ella? No podríamos meditar, planear, evaluar, mejorar y establecer muchas de nuestras metas. No podríamos escuchar la voz interna de nuestra alma. No podríamos abrazar la sabiduría de manera consciente y tomar las mejores decisiones. No podríamos calmarnos emocionalmente para poder estar bien e interactuar con otros. No podríamos pedir perdón a Dios, perdonarnos a nosotros mismos y muchos menos, perdonar a otros.
En ese contexto, la soledad es también un regalo de Dios. Al igual que la vida cobra más sentido al vivir y ser parte de una comunidad, también cobra sentido en los momentos de máxima solitud. Abraza tus momentos de soledad y deja que Dios te hable en cada uno de ellos. Te aseguro que nunca más serás igual. La Biblia dice en el Salmo 25:16-18, “Vuélvete a mí y ten misericordia de mí, porque estoy solo y profundamente angustiado.
Mis problemas van de mal en peor, ¡oh, líbrame de todos ellos! Siente mi dolor, considera mis dificultades y perdona todos mis pecados”, (NTV).