Todos los que crecimos en Latinoamérica hace algunos años recordamos las palabras del personaje de Quico en el Chavo del Ocho quien decía efusivamente: “ya cállate que me desesperas”. Recuerdo que se lo decía constantemente al Chavo. Muchas veces, aunque nosotros no lo digamos tan abiertamente, sentimos lo mismo. A veces lo pensamos de personas que están alrededor nuestro, pero no lo podemos decir con voz audible. Muchas veces, pensamos esto de nosotros mismos y de nuestros diálogos internos.
La desesperación es algo que nos puede agobiar a todos en cualquier instante. Nos desesperamos con nuestras palabras y acciones, pero también con las acciones y palabras de otras personas. Nos desesperamos con las circunstancias que están pasando y con las cosas que se salen de nuestras manos. Entonces, ¿qué hacemos con la desesperación? Primero, tomemos un tiempo para detenernos, recobrar la calma y reenfocar nuestra atención. Evaluemos cómo podríamos evitar en lo que esté a nuestro alcance los lugares, actos y personas que nos causan desesperación. Por último, entendamos que aunque hagamos todo lo correcto, siempre lidiaremos con el sentimiento de desesperación. La biblia dice en el Salmo 62:1, “Sólo en Dios halla descanso mi alma, de él viene mi salvación” (NVI).