En esta vida necesitamos morir para vivir. Cada día nuestro cuerpo va muriendo en vida. Miles de células mueren a diario, pero otras viven en la majestuosidad del cuerpo humano permitiéndonos gozar de la vida día tras día. El principio es vital y fundamental: “Debemos morir para vivir”. Dicho principio también se traslada a nuestra vida emocional y espiritual.
Debemos morir a nuestras emociones tóxicas, a nuestros pesares del ayer, a nuestras relaciones enfermizas, a nuestros paradigmas mentales que empañan nuestra mente, a nuestros dolores insuperables y a todo el pasado que nos suela atormentar. Debemos morir espiritualmente a nuestra antigua manera de vivir, al pasado que nos aparta de Dios, a los hábitos que nos conducen a la desobediencia, a las relaciones que nos invitan hacia la maldad y a las prácticas que no sean saludables.
Cristo Jesús murió para que nosotros pudiésemos vivir. Él murió por todo lo malo, todo lo pecaminoso y todo lo desilusionante que pueda atormentar nuestra vida. Él murió para darnos vida. Entonces, ¿morirás a ti para que Jesús pueda vivir a través de ti? La Biblia dice en Juan 3:30, “ Él debe tener cada vez más importancia y yo, menos” (NTV).