Yo crecí escuchando y usando el término “garoso”. Usualmente se usaba para referirse a una persona que quería tomar ventaja, ganar más o hacer trampa a los demás. En el colegio decíamos coloquialmente, “ese es todo un garoso”, en otras palabras, todo un aventajado. ¿Cuántas veces pasamos por garosos? ¿Cuántas veces somos prontos para juzgar a otros, pero nosotros mismos también tomamos ventaja?
En repetidas ocasiones sin darnos cuenta, somos todos unos garosos. Tomamos ventaja de otros con su tiempo, con sus recursos y aún con sus sentimientos. Tomamos ventaja con nuestras palabras o usamos nuestra posición, cualquiera y esta sea, para actuar de manera aventajada con otros. ¿Por qué padecemos de ese mal? Simplemente, nuestra naturaleza pecaminosa nos hace actuar así. Somos egoístas por naturaleza y aunque pienses que nunca has sido garoso, quizá sea porque sí lo has sido.
Pero ¿cómo cambiar? Reconociendo nuestra tendencia natural al ser aventajados, arrepentirnos y cambiar de dirección diariamente. Debemos recordar pensar en los demás, antes que en nosotros mismos. La Biblia dice en Filipenses 2:3, “3 No sean egoístas; no traten de impresionar a nadie. Sean humildes, es decir, considerando a los demás como mejores que ustedes” (NTV)