Me llama la atención las historias de atletas bien sean hombres o mujeres quienes ganan las carreras sorprendentemente lo cual muestra su dedicación, su esfuerzo, su sacrificio y su empeño para llegar a ganar una medalla. Ellos entrenan con diligencia por años, privándose de muchos eventos, limitados en sus relaciones y combatiendo siempre con sus emociones para poder lograr sus objetivos. La vida es en sí una carrera. Queramos o no, todos estamos en la pista corriendo. Algunos con pasos muy avanzados y otros, ni saben que están corriendo en la carrera del tiempo.
En la pista de la vida hay muchos obstáculos. Algunos son físicos, otros emocionales y hasta espirituales. Otros son de índole relacional, social y hasta circunstancial. Sin embargo, todos seguimos corriendo. En dicha carrera, debemos recordar que las buenas cosas no sólo pasan a aquellos quienes las esperan, sino que las mejores llegan a quienes van por ellas. En otras palabras, hay que correr diligentemente para lograr alcanzar las oportunidades que ya están en la pista para que nosotros pasemos por ellas.
Debemos recordar que para ir realmente rápido en la carrera, hay que frenar un segundo después de lo que te dice el miedo y acelerar un segundo antes de lo que siempre te dicta la lógica. Recuerda que Dios está contigo en la carrera y espera por ti hasta el final. Así que, corre sin parar en la carrera del tiempo. La Biblia dice en Hebreos 12:2a, “puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe…” (NTV)