¡Es todo un fraude! Fueron las palabras de un hombre frustrado quien salió de una oficina al lado de un consultorio donde yo estaba esperando para una cita. Su rostro reflejaba una gran decepción y engaño. Un fraude es algo que suena demasiado bueno para ser verdad, pero no lo es. Los fraudes son deshonestos y no llegan a convertirse en una realidad.
El primero y peor de los fraudes es engañarnos a nosotros mismos. Sin embargo, muchas veces hacemos esto consciente o inconscientemente. Pero, ¿por qué tendemos a engañarnos y a ser fraudulentos con nosotros mismos? Usualmente se debe a un inadecuado concepto de nosotros, a una mala evaluación de nuestra realidad y a un mal manejo de nuestros recursos. Debemos trabajar diligentemente para no ser un fraude ni para nosotros mismos, ni para los demás. Pero, ¿cómo evitamos el fraude? Siendo honestos, trabajando, esforzándonos, desarrollando un sentido de lealtad, creando un cultura de servicio y no viviendo bajo la mentira, sino siempre bajo la verdad.
Dios no desea ni que seas un fraude, ni que hagas fraude. Él premia la honestidad, la diligencia y la perseverancia. ¿Trabajarás en ello? La Biblia dice en Levítico 19:11 , “No hurtaréis, y no engañaréis ni mentiréis uno al otro” (RV1960).